enero 26, 2009

El Hospital

Ésa no iba a ser una buena noche para Felipe...

Él no lo sabía bien aún, de hecho en noche buena no deberían pasar cosas que perturben la armonía, menos para un joven que día a día se esfuerza tanto. Pero algunos saben que eso en ocasiones no basta en la vida.

Había recorrido toda la ciudad en busca de los últimos regalos para la navidad, especialmente el regalo para su abuelo (el hombre que lo crió y que lo vio crecer y transformarse en un joven apuesto y muy listo).

Se apresuró en envolver la pequeña esfera de cristal que tenía una pequeña réplica del Big Ben y que nevaba al agitarla. Se apresuró porque las visitas en la UCI del hospital no pueden ser hasta muy tarde, después de todo, hay que dejar trabajar en paz a esos hombres y mujeres que mantienen vivo a su queridísimo abuelo.

Tomó un taxi preguntándose por qué la ciudad estaba tan vacía en la víspera de la navidad, la fecha en la que más gente pulula por la ciudad. Hacía un frío que le estremecía hasta los huesos, pero para su fortuna no vivía muy lejos del hospital, así que tan sólo espero durante unos veinte minutos hasta que el taxi le dejó en la puerta principal.

Se bajó intentando no arrugar el envoltorio del presente y se abrigó las manos con su aliento, levantó el cuello de su gabardina y cruzó la calle. Subió la escalera y entró en el hospital mientras la puerta hacía el clásico sonido de metal oxidado, que de una u otra forma le provocó una corriente fría en la espina.

Miró buscando la mesa de informaciones, pero le costaba hacerlo en la oscuridad y, aunque parezca ridículo, fue en ese momento que se percató de la oscuridad que inundaba el hospital, o al menos la recepción de éste. Empezó a caminar siguiendo el camino que la luz de la luna dejaba ver al colarse por los ventanales, hasta la mesa de informaciones, donde no encontró nada más que la silla del recepcionista que debería estar sentado allí.

Pensó que el personal debería estar en el casino del hospital celebrando la víspera de la navidad y que no se habían percatado del corte de luz en la entrada del hospital. No le importó mucho, sólo quería poder saludar a su abuelo antes de media noche, porque él se lo había pedido encarecidamente; no quería pasar solo ese momento, decía que ya estaba tan viejo y débil que no podría con lo que vendría a esa hora.

Felipe pensaba que lo que decía su abuelo no eran más que locuras de un viejo de ochenta y cinco años que ya no tenía a nadie más que al propio Felipe. Se acercó a los ascensores, se detuvo y golpeó su frente con la palma de su mano, miró hacia las escaleras reflejando en su rostro la decepción de sí mismo por haber ido hacia los ascensores sabiendo que no había energía.

Subió lentamente escuchando el crujir de los escalones, lo cual le preocupó mucho, porque hasta donde sabía (por sus reiteradas visitas a su abuelo) los escalones eran de cemento. Sorprendido por ésto, empezó a avanzar cada vez más rápido, mientras que en las paredes parecían aparecer y desaparecer extraños dibujos y símbolos. Paró en seco y sacudió su cabeza, obligándose a creer que todo ésto (o al menos los dibujos) eran producto de los haces de luz que aún se podían ver entrar por los enormes ventanales.

Llegó hasta el tercer piso, donde sabía que se encontraba la UCI, pero más bien llegó hasta aquí porque las escaleras se habían acabado, negando el acceso hacia los siete pisos restantes que debía poseer el hospital.

Abrió las puertas de madera, que en algún momento fueron de metal (según recordaba de sus visitas anteriores), y entró a la UCI, o más bien a lo que él pensaba que era la UCI. Vio un pasillo extremadamente largo que acaba en una puerta y otras ocho puertas más hacia la derecha del pasillo. Su abuelo debería estar en la última puerta.

Se detuvo en el portal de la última habitación y sintió como el piso parecía estar húmedo, tragó saliva y miró hacia abajo, viendo un líquido viscoso de color oscuro; éste líquido formaba una línea bastante gruesa que iba hacia el interior de la habitación. Comenzó a moverse lentamente apretando el regalo en sus manos hasta casi romper el envoltorio. Mientras más se adentraba en la habitación comenzaba a oír cada vez mas fuerte una respiración jadeante. - ¿Abuelo? - Preguntó en voz alta.

Su corazón se detuvo cuando inesperadamente se encendieron las luces de emergencia del hospital y vio una habitación tal cual podrían haber sido las habitaciones de hospital en los años veinte y vio una figura alta, desnuda, sin rasgos de sexualidad y nada más que una sonrisa, como la de un tiburón, de oreja a oreja, en su rostro sin ojos ni cabellos.

1 comentarios:

Sagara dijo...

y dale con asustarme!!!!!! ahhhhhhh!!!!


por otro lado :P excelente escrito, muy bueno y "suspensioso", me dejaste loca con eso de avisar que al pobre le iba a pasar algo y después detallando como todo era normal, excelente técnica!!

cada vez mejoras más, y eso es lo que hay que hacer ;) a si que estoy muy orgullosa de tí