febrero 11, 2009

Estrellas

Caminando, uno tras el otro, avanzaban entre las sombras del bosque dos jóvenes. Alegres y entre risotadas - y sudor - cada cierto tiempo se profesaban su amor con gracia y coquetería, después de todo éste era su primer viaje fuera de la ciudad.

El día era ideal para la caminata; el cielo celeste en su magnificencia y tenía nubes estacionarias que lo adornaban de forma sutil; además corría de forma continua una suave brisa que acariciaba los rostros de los jóvenes aliviando el emergente calor de la caminata.

Cuando pudieron salir de entre los enormes arbustos, llegaron hasta una especie de pequeña explanada, desde donde se podía ver toda la ciudad y admirar el limpio cielo celeste, que a esta altura ya casi se había librado de las molestas nubes.

- ¡Cuidado! Es algo filosa por lo que veo – Se apresuró en advertir Valentina mientras pasaba junto a la enorme y sólida roca (de aspecto filoso) que debía llegarle hasta la rodilla.

- Tienes razón, lo mejor será acampar a unos metros de ella – Corroboró Roberto.

- Bueno, ya está por anochecer y me gustaría poder ver la lluvia de estrellas desde un principio, ¿Qué tal si levantamos el campamento?

- ¡Aps! Se me olvidaba que por eso estamos en esta maldita colina.

- ¿Puedes dejar de quejarte? Lo has hecho durante todo el camino y más aún mientras pasábamos por los arbustos, se supone que la mujer soy yo, jajajaja – Se echó a reír la joven.

- En fin, manos a la obra… Tengo hambre y me gustaría preparar algo para acompañar la vista.

- Debo reconocer que cuando tienes buenas ideas, las tienes.

Dejaron los enormes bolsos de viaje sobre la tierra, sacaron las tiendas y durante los siguientes quince minutos Valentina y Roberto no se hablaron, intentando apresurarse lo que más podían para terminar pronto de levantar el campamento.

Cuando las tiendas estuvieron listas, Roberto sacó dos pequeñas sillas plegables y una mesa redonda de similares características. Armó una pequeña fogata de forma rudimentaria y comenzó a preparar algunos fideos y salchichas que traía en el fondo de su mochila, mientras le armaba conversación a Valentina.

- A ver amor, me puedes decir una vez más ¿Por qué estamos aquí para ver la lluvia de estrellas?

- Pues porque con las luces de la ciudad sería imposible verla – respondió Valentina mientras, siguiendo un complicado diagrama, armaba un pequeño telescopio que parecía de juguete.

- ¿Sabes? Escuché esta mañana en la radio que esta semana han habido varios temblores por toda le región – Comentó Roberto recordando que su Madre le había dicho que tal vez por eso el clima estaba así de templado y que por lo mismo debían de haber tan pocas nubes.

- Creo que algo oí en la televisión – Respondió la muchacha con voz molesta (al parecer el telescopio le causaba más problemas de los que habría esperado).

- Bueno, esto ya está listo, ¿Qué tal si te ayudo?

- Me parece, ya está bastante oscuro y tu fogata no alumbra mucho con las ollas encima.

Entre ambos la labor fue mucho menos compleja y lograron armar el telescopio, el cual probó Valentina observando - desde la alejada colina - su casa en el centro de la ciudad. Valentina miró su reloj y se sentó con un enorme plato de fideos entre sus manos junto al lugar en el que se había sentado Roberto mientras abría una cerveza.

- Ya han pasado más de diez minutos de la hora – Reclamó Valentina.

- Tranquila, puede que los genios de los observatorios se hayan equivocado en unos minutos – La tranquilizó gentilmente el joven.

- Pues supongo que tienes ra… - Se interrumpió abruptamente la voz de Valentina por el violento estridor que empezaba a causar el movimiento de la tierra.

Roberto miró hacia la ciudad y, angustiado, la observó danzar al ritmo del temblor. Cuando se recuperó de la impresión buscó con su brazo derecho el cuerpo de Valentina, para no encontrarlo.

Estaba realmente oscuro y la fogata no hacía más que lanzar chispas danzantes al aire. Valentina había corrido alejándose de Roberto, que estaba ensimismado observando la ciudad.

La muchacha corrió nerviosa hacia el bosque buscando por donde bajar de la colina, pero el movimiento de la tierra y la oscuridad provocaron una angustiante desorientación en su cerebro y cayó de buces al suelo.

Cuando Valentina abrió los ojos sintió la cabeza mojada y vio a Roberto que intentaba tomarla entre sus brazos sin poder entender lo que decía, la cabeza de Valentina se ladeó y observó temerosa la enorme piedra afilada que parecía mojada en un borde, volvió la cabeza y miró el rostro de Roberto lleno de lágrimas y detrás de él la más hermosa lluvia de estrellas que podría haber imaginado, mientas el sueño vencía violentamente a su propio regocijo.

2 comentarios:

Sagara dijo...

Otro cuento horrible, magnificamente desarrollado!!

TAMTAM mi querido escritor estrella

LäLâ dijo...

inesperado final.. talento oculto k no sabia de ti.. jijij
un beso
claudia..kine