diciembre 01, 2009

Psíquico

La verdad es que ahora tomo esto con un poco más de calma, las risotadas histéricas y la opresión en el centro de mi pecho ya han ido disminuyendo. Pero para aclarar cualquier duda explicaré todo lo que pasó:

(Suspiro)

Ayer, ayer era un buen día, me había pasado la semana estudiando para el último de mis exámenes. La presentación fue tediosa, los tutores se esmeraron en masacrarme con un bombardeo sin precedentes de preguntas. Al final logré salvar mi nota de aprobación y algunas miradas de condescendencia de algunos de los que formaron la comisión…

Pero en fin, salí de la sala con las rodillas temblando y peleando por mantenerme de pie. Como fui el último en dar el examen me encontré solo, todos habían partido por algo de comer. Sentía que debía compartir mi satisfacción con alguien, por lo que llamé a mi mejor amiga, pero no me contestó.

Despreocupado, con la vista en el cielo, me preguntaba qué podría hacer, hasta que mi celular vibró con sorpresa en el interior de mi bolsillo, al revisarlo comprobé que Analía me había enviado un mensaje para que la esperase a la salida del Hospital, donde realizaba su práctica, para almorzar en algún lugar.

De camino al Hospital compre un café y me senté en un roñoso banco de madera justo frente a la entrada del recinto, pero en la cuadra del frente, para refugiarme del sol en una diminuta sombra que proyectaba uno de los balcones de un viejo edificio rojo.

Me encontraba pensando, con la mente puesta en un tema de Bob Dylan que reproducía mi iPod, cuando vi a un hombre de un aspecto más que reprochable salir por la puerta del Hospital, la sangre me hirvió descontroladamente (ya que guardo un fuerte rechazo contra los individuos de aspecto malacatoso), así que sin pensarlo levanté mi mano en el aire, y con un ademán de disparo reproduje casi inaudiblemente un: ¡BANG!

Grande fue mi sorpresa, y la respuesta de mi corazón, cuando el hombre cayó de bruces al suelo y no volvió a ponerse de pie. La gente comenzó a reunirse en rededor a él, pero el hombre no se movía.

La histeria comenzaba a manifestarse en un amargo nudo en la garganta y saladas lágrimas que quemaban mis ojos. Estaba en medio de un descubrimiento asombroso, tenía un poder inconmensurable.

Me acerqué lo más rápido que pude, pero cruzar la calle fue algo más lento de lo que esperaba. Cuando estuve en el lugar el hombre se encontraba sobre una camilla, y un equipo del servicio de urgencias intentaba reanimarlo.

Sorprendido los seguí hasta los box de atención, me detuvieron y me hicieron esperar…

Aguardé un largo rato hasta que salió un médico y me preguntó si era familiar, a lo que respondí positivamente, con ansias de saber si mi “poder” había acabado con aquel hombre, pero el médico dijo:

- Lo siento, su tío sufrió un infarto masivo, y no pudimos hacer nada para salvarlo. Pero déjeme decirle que nada de esto hubiese pasado si no hubiese decidido abandonar la unidad de Coronario en su condición tan inestable.

En silencio di media vuelta y me retiré… Las coincidencias de la vida.

2 comentarios:

Sagara dijo...

Por fin pudimos revisar y subir este relato que hace tiempo teníamos en el tintero!!

Debo decir que desde la primera vez que lo leí me gustó mucho, es muy sorprendente, y está muy bien escrito!!

Me alegra mucho ver cómo has crecido como escritor y que tus avances no se pierden a pesar de la poca práctica que has tenido ultimament debido al escaso tiempo libre que te dejan las obligaciones XDD pero no has perdido la chispa, y -lo que es mejor- mantienes la calidad.

Un beso gigante!!!

Unknown dijo...

Oie Juan, de que esta bien escrito si s epodria decir que si, de que e suna historia que te deja querer sabiendo mas lo es, pero es que en realidad paso algo semejante despues de tu examen de grado?, di que no