enero 29, 2009

El Regalo

Sor Francisca abrió la enorme y pesada puerta de madera - de grandes bisagras - y entró a su habitación. Cerró la puerta y dejó una pequeña caja de madera - que le había regalado su Madre en su última visita al convento - sobre un pequeño mueble de madera casi podrida, que además era lo único que existía en la habitación a parte de su cama, el velador y el enorme crucifijo que debía haber en cada habitación del convento. Su Madre le había dicho que era una caja musical, pero no la quiso abrir en aquel momento, ni tampoco ahora, porque era posible que se la quitaran las hermanas superiores.

Suspiró mientras miraba las paredes de piedra fría y húmeda que rodeaban la pequeña habitación. Se sentó en el viejo colchón - mientras sentía los resortes enterrarse lentamente en su piel - se sacó el tocado de la cabeza y dejó caer armoniosamente los hermosos rizos castaños sobre sus hombros.

Se levantó acercándose a la cómoda y acarició con su índice el borde de la pequeña caja de madera, mientras que con la otra mano dejaba caer el hábito hasta arrugarse en el suelo rodeando sus finos pies descalzos. Abrió el primer cajón y sacó un enorme camisón de dormir lleno de pliegues y vuelos, se acercó a la cama y lo depositó a los pies de ésta.

Desnuda miró el crucifijo y se arrodilló junto a la cama. La habitación estaba tan fría y húmeda que al tocar el suelo con sus rodillas sus pezones se endurecieron mientras un escalofrío recorría todo su cuerpo. Tomó la palmatoria que estaba sobre el velador y encendió la vela - que ya casi no existía sobre sí misma -.

Mientras la llama de la vela danzaba elegantemente pensó que su habitación podría ser mejor si tan solo tuviera alguna ventana. Cerró sus ojos y comenzó a rezar los Padre Nuestro que el Obispo le había dicho que debía rezar.

Ya llevaba alrededor de una hora rezando cuando sintió una extraña brisa dentro de la habitación, abrió los ojos y se cercioró de que la puerta no estuviera abierta. Cuando giró su cabeza para mirar el crucifijo se dio cuenta de que las sombras en la habitación danzaban armando formas grotescas en las paredes, inmediatamente observó la vela - la cual tenía su llama tan calma que era increíble -.

Respiró profundo y volvió a cerrar los ojos para continuar sus rezos, pero justo en ese momento, comenzó a sentir el sudor recorrer todo su cuerpo desnudo, provocado por el creciente calor que se apoderaba de la habitación. Convencida de que todo era producto de su nerviosismo se obligó a seguir rezando, pero en cuanto cerró sus ojos un horrible y nauseabundo olor a azufre se apoderó del lugar. Asustada, se puso de pie mientras la habitación se inundaba de oscuridad y comenzaba a silbar en el aire la hermosa melodía de la caja musical.

Volteó sobre sí misma y apreció la caja abierta sin nada en su interior. Con la vista nublada por las lágrimas giró para refugiar su vista en el crucifijo, pero su corazón se detuvo cuando vio las mejillas del Cristo recorridas por lágrimas de sangre.

1 comentarios:

Sagara dijo...

increíble!!! el toque justo de misticismo medio lújubre, no bajas el nivel de calidad tanto en descripciones del relato como de la definición de los personajes

eres un excelente escritor

felicitaciones bebo

estoy muy orgullosa de tí y te amo