enero 29, 2009

La Estación

Durante los fríos días del invierno no hay nada mejor que tomar un buen café, o en su defecto uno de aquellos tés que sólo venden en las cafeterías de buena reputación. Por esto mismo Asunción se había comprado un mocaccino al salir de la cafetería en la que había tomado aquel contundente desayuno. El vaso de cartón le abrigaba las manos a través del contacto con sus guantes, lo cual disminuyó la frecuencia de los escalofríos que la recorrían mientras caminaba.

La marcha hacia la vieja estación de trenes era tortuosa, la nieve le tapaba las piernas hasta unos tres centímetros sobre los tobillos, por lo que agradecía infinitamente a Dios haberse puesto sus botas de lluvia antes de salir.

Caminaba lentamente para no hundirse y para evitar derramar su mocaccino y así no manchar sus guantes nuevos. Sonriente saludaba a cada persona que pasaba por su lado, ya que eran muy pocas las que salen un día de invierno a las nueve de la mañana y con las calles tan nevadas.

Asunción se detuvo un instante a tomar un respiro y bebió un gran sorbo de su vaso, el líquido caliente le recorrió la garganta y le devolvió las energías, así que con un enorme suspiro de satisfacción siguió su camino.

Cuando estuvo frente a la estación iba tan ensimismada en sus pensamientos que no se dio cuenta de las condiciones del lugar. La vieja estación tenía sus muros prácticamente en la ruina y su techo lleno de agujeros de diversos diámetros. Asunción pasó por las viejas tiendas de la estación sin percatarse de que éstas carecían tanto de locatarios como de productos.

Cuando salió por lo puerta hacia el andén, sacó de su cartera un librito y sus pequeñas gafas de lectura, se sentó en un desbaratado banco, dejó su vaso casi vacío junto a sus pies y comenzó a leer, sin ni siquiera imaginar que las vías férreas estaban en tan malas condiciones que ya prácticamente no existían.

Llevaba esperando el arribo del tren por cerca de media hora, hasta que una voz gentil y muy varonil le llamó la atención.

- Si me disculpa, debería salir de este lugar, señora.

Asunción volteó para ver a un policía que se le acercaba a paso tranquilo.

- ¡Si me disculpa usted! Estoy esperando el tren donde viene mi marido, ya debería estar por llegar.

- Señora, sé que no es de mi incumbencia, pero la estación lleva diez años cerrada.

- No sea ridículo, mi marido me ha llamado y me ha confirmado que llegaría hoy a esta hora y a esta estación.

- ¡Señora! Si me…. – El policía levantó la voz, pero se vio cortada súbitamente por el piteo de un enorme tren que se acababa de detener frente a ellos despidiendo humo por todo el lugar.

1 comentarios:

Sagara dijo...

simplemente no dejas de sorprenderme, cada nuevo relato comprende un mundo nuevo y cada aventura que narras es distinta a la anterior, lo cual denota la inagotable chispa creativa que tienes en tu corazoncito lindo

te amo y estoy más que orgullosa de ti