enero 29, 2009

La Caja Aterciopelada

Las notas que tocaba el antiguo piano estremecieron el lugar, incluso las paredes temblaron con la fuerza de aquellas notas. Era una estancia enorme, con variados tipos de muebles de madera y pequeñas mesas de café, rodeado por paredes con diminutas ventanas de vidrio amarillento que le ofrecían el paso a la luz mortecina de la noche.

Sentada sobre un sitial, en un polvoriento rincón, estaba Agustina, quien miraba atenta como Carlos pasaba majestuosamente sus dedos sobre las teclas del piano y creaba la hermosa música que estaba escuchando.

Carlos terminó súbitamente la pieza que estaba interpretando, miró hacia el techo – estirando su espalda – y apagó con un violento soplido la vela que ardía solemnemente sobre la tapa del piano.

El acto erizó hasta el último pelo de Agustina, que miraba ahora a Carlos iluminado directamente por la luz de la luna que se colaba por las ventanas amarillentas.

Carlos se levantó enfáticamente, procurando que Agustina viera cada uno de sus movimientos.

Parado junto al banquillo en que estaba sentado, miró atentamente el rostro de Agustina y avanzó hacia ella, acercándose lentamente mientras esquivaba los muebles que se interponían en su camino.

Cuando estuvo a tan sólo unos cuantos pasos del sitial, se puso en cuclillas y observó ansioso los anteojos de Agustina y el brillo que reflejaban sus frenillos cuando ella le sonrió.

- Carlos, yo sé que no soy bonita, en cambió tú… ¡Tú eres hermoso! – Sentenció la muchacha.

- Aún eres joven, pequeña Agustina y, aunque lo dudes, eres más bella de lo que crees – La calmó Carlos.

El joven se irguió en su majestuosidad y le dio la espalda a Agustina.

- Tengo la forma de hacer que se acaben tus penas, pequeña.

- ¡¿De verdad?! ¡No sabes cuánto te lo agradecería!

- Sólo debes irte a dormir, y cuando despiertes te darás cuenta de cómo he acabado con tu sufrimiento.

Agustina sacó del bolsillo de su vestido una pequeña llave plateada y dijo: “Ten la llave de mi habitación y de mi corazón, querido mío”

La pequeña se levantó, besó la frente de Carlos (que se había inclinado para que ella pudiera alcanzarlo) y se retiró de la estancia. Subió las escaleras hacia su cuarto e ingresó en él, se desvistió lentamente – pensando en que al despertar sería hermosa -, se puso el camisón de dormir y se acostó.

Cuando ya estaba sucumbiendo al enorme sueño y sus párpados pesaban más de lo que podría imaginar, vio que se abría la puerta de la habitación y entraba una sombra alta y esbelta, pero no pudo luchar más contra el sueño y se durmió.

Cuando se despertó estaba todo oscuro, el aire estaba denso y escaso; además su habitación se había reducido a las proporciones justas de su cuerpo, incluso apretándola un poco. Intentó levantarse pero golpeó su cabeza contra una especie de tapa de madera aterciopelada.

La desesperación se apoderó de ella, pero cuando intentó calmarse (para poder pensar con claridad) escuchó a lo lejos la voz de un hombre viejo que rezaba la misma oración que oyó cuando sepultaron a su madre. En ese mismo instante escuchó aterrada el sonido de la tierra que caía sobre la tapa que no la dejaba salir y las palabras: “In nomine Patris et fillii et Spiritus Sancti, Amén”

1 comentarios:

Sagara dijo...

no solo los buenos mueren, si no también los feos XDDDD

el loco mala onda, me cayó mal desde el principio por sobrado `_´


TAMTAM bebé, logras despertar todas las emociones del espectro, toy muy orgullosa de tíiiiiiii