febrero 02, 2009

Médico Forense

Enero 15, 1988.


Mi viaje fue tortuoso, el bus era viejo como las piedras de Stone Age y maloliente por la culpa de los insensatos. El viaje se volvía aún más tortuoso por culpa de esos insensatos que comen más de lo que deben y que al momento de viajar en un transporte de tales características ocupan más espacio de lo que les correspondería, dejando a penas dos tercios del lugar que te pertenece. Pero eso no es lo que quiero relatar, para tales efectos no es importante ni la edad del bus ni el olor que expelen mis acompañantes.

El viaje duró aproximadamente dos horas, bajo un sol abrazador. Tras una hora de viaje ya se me había acabado el agua y me empezaba a atacar el hambre, para mi decepción observé que el único alimento que traía conmigo era un paquete individual de papas fritas; con solo mirarlo inmediatamente se secó mi lengua, así que cerré mi bolso y esperé a que terminara el viaje con un vacío en las entrañas.

Cuando llegamos al poblado, el sol era el peor enemigo del que debía preocuparme, por lo que me apliqué bloqueador solar en grandes cantidades. Bajé del bus y el reflejo del sol sobre la tierra arenosa me cerró los ojos, me puse mis gafas de sol, retiré mi equipaje sin boleto y caminé.

El pueblo tenía un increíble ajetreo de gran capital, la mezcla de razas era increíble; me apresuré dentro de mi sorpresa y en el primer lugar en el que pude compré dos litros de agua mineral, me engullí el paquete de frituras y me zampé un litro de agua.

Una vez listo, ceñí todas las amarras de mis bolsos, ajusté mi cinturón y me dirigí hacia el cementerio del poblado; allí me esperaba Belén, que junto a su equipo de arqueólogos ansiaba mi llegada, necesitaban de un médico forense al que le apasionaran este tipo de cosas para descubrir en qué circunstancias había muerto el indígena a quien pertenecían los restos encontrados.

Era extraño, ¿Por qué en un cementerio exactamente?

Cuando llegué, Belén me saludó afectuosa como siempre y cariñosa como pocas veces. Fue en ese momento – cuando me llevaba para presentarme al equipo – que me comentó que bajo el camposanto había una especie de cementerio indígena mucho más antiguo, que según ella debía tener una data de aproximadamente cinco mil años. Mientras caminábamos, Belén, aclaró todas las dudas que se iban presentando desde mi viaje hasta aquel momento.

Después de haberme presentado con el equipo, Belén y los muchachos tuvieron la gentileza de invitarme un contundente almuerzo (sólo me pregunté de dónde habían sacado pescado estando tan lejos del mar). El sol era terrible, Belén me comentó que - durante los primeros días de excavación - todos los días debían llevar a algún trabajador a la posta del pueblo a causa del gran calor, y que por este motivo habían decido trabajar durante las noches, explicándome así la presencia de los enormes sistemas de iluminación alógena que se encontraban junto a la excavación.

Como no se podía trabajar durante el día a causa del calor, durante la tarde jugamos cartas y bebimos algunas cervezas en la acogedora tienda de campaña de Belén. Aunque – en realidad- de acogedora no tenía mucho: era pequeña, desordenada y la mitad del espacio lo ocupaba un enfriador de ambientes, eso sin contar que éramos siete dentro de una tienda para unas cuatro personas como máximo.

Cuando llegó el crepúsculo, anunciando la noche, el calor empezó a desaparecer rápidamente y el frío del gran desierto tomó inmediatamente su lugar. Belén, muy comprensiva, me señaló que por mi viaje desde la capital debería estar muerto, por lo que hoy podía descansar todo lo que quisiera, ya que desde mañana ya no habría descanso.

Tomé en consideración sus palabras (además la cerveza - que a esas alturas ya había llegado a mi cabeza - hablaba y actuaba por mí) y encontré que Belén tenía razón, así que me acosté sin reclamo alguno, conteniendo aún mis ganas de apreciar la excavación y aprender sobre esta ciencia tan apasionante.

Cuando llevaba aproximadamente unas dos horas dormido, desperté bruscamente por el frío y por el increíble ruido de máquinas que había fuera de la tienda. Sorprendido saqué mi cabeza por entre el cierre de la entrada de la tienda – diciéndome a mí mismo que una excavación paleontológica no debería ser así de ruidosa -. No podía ver nada, sólo las luces de los focos alógenos a la distancia y enormes sombras que se movían hasta perderse a lo lejos. Puse más atención y me di cuenta que los ruidos no eran de máquinas, más bien era el sonido que hacen los monstruos de la televisión.

Me abrigué, salí de la tienda y me acerqué a la excavación temblando por el frío y por lo que me producía aquel ruido en el cuerpo. Cuando llegué al lugar ahogué un grito de horror y observé los ensangrentados restos de los cuerpos del equipo de arqueólogos, que parecían mordisqueados hasta el hueso. Entre lágrimas huí del lugar, tan rápido como pude….


Volveré enseguida, mi querido diario, es hora de la medicina del Instituto Mental.

2 comentarios:

Sagara dijo...

definitivamente, éste fue el que me dejó más mal de todos tus cuentos nuevos, eres un genio literario bebo

tamtam y retetam

Anónimo dijo...

ohh, el talento oculto de Juank, tanto libro te esta haciendo mal niñito, yo pense que te dedicabas a carretear nomas! ajaaa, ya te lei, me alegraste esta larga tarde, cuidate y cariños desde la distancia, ah y cuando tengas tu libro solo lo recibire si viene autografiado =)