La recámara comenzó a iluminarse lentamente, mientras el crepúsculo iba creciendo en el horizonte y los débiles y finos primeros rayos de la mañana se colaban por entre el cortinaje.
Andrés entreabrió los ojos y subió torpemente las suaves sábanas para abrigar a Ángela en el progresivo frío de la mañana. La miró dulcemente - tal como lo hacía todas las mañanas en las que despertaban juntos – y, aún víctima de la ensoñación, se desplomó sobre la almohada. Entre sueños sabía que su cuerpo aún tibio buscaba la compañía de las exquisitas curvas de Ángela.
Lentamente acarició su cuerpo, y sucumbió ante el sueño avasallador que arremetía contra él.
Más tarde en la mañana, mientras Andrés cepillaba sus dientes, no podía evitar observar fijamente (y lleno de gozo) el hermoso anillo que había comprado hace una semana y que yacía inerte en su cajita de terciopelo.
Sabía que Ángela estaba en el trabajo y que almorzarían juntos, lo cual lo tenía demasiado nervioso, porque éste era uno de los momentos más importantes en su vida, uno de esos momentos de los cuales la gente suele alardear: la propuesta de matrimonio.
Cuando ya era aproximadamente medio día se terminó de afeitar y se puso tu traje color caqui, para finalizar peinándose de forma pulcra y sistemática. Tomó sus llaves de la mesita que estaba junto a la puerta principal y salió del departamento.
Caminó rumbo al restaurante, entró silbando emocionado y se sentó en la mesa que tenía reservada para la ocasión. Pidió un vaso de agua y aguardó.
Esperó un tiempo considerable, pero para él fue un tiempo realmente eterno, hasta que vio entrar a Ángela por la puerta, le hizo una seña y ella se acercó a la mesa para sentarse y comenzar a contarle sobre su día.
Llevaban ya alrededor de una hora almorzando amenamente, cuando algo en el corazón de Andrés le dijo que ya no podía seguir esperando. Se levantó con un ímpetu que ni siquiera él se conocía y comenzó a proclamar las más bellas palabras de amor en voz bastante alta. Se arrodilló, miró fijamente a Ángela y justo cuando iba a pedírselo la mano del mesero se depositó sobre su hombro, Andrés lo miró molesto y el mesero dijo: “Señor, si no deja de hablar y gritar solo, tendrá que retirarse”.
Andrés entreabrió los ojos y subió torpemente las suaves sábanas para abrigar a Ángela en el progresivo frío de la mañana. La miró dulcemente - tal como lo hacía todas las mañanas en las que despertaban juntos – y, aún víctima de la ensoñación, se desplomó sobre la almohada. Entre sueños sabía que su cuerpo aún tibio buscaba la compañía de las exquisitas curvas de Ángela.
Lentamente acarició su cuerpo, y sucumbió ante el sueño avasallador que arremetía contra él.
Más tarde en la mañana, mientras Andrés cepillaba sus dientes, no podía evitar observar fijamente (y lleno de gozo) el hermoso anillo que había comprado hace una semana y que yacía inerte en su cajita de terciopelo.
Sabía que Ángela estaba en el trabajo y que almorzarían juntos, lo cual lo tenía demasiado nervioso, porque éste era uno de los momentos más importantes en su vida, uno de esos momentos de los cuales la gente suele alardear: la propuesta de matrimonio.
Cuando ya era aproximadamente medio día se terminó de afeitar y se puso tu traje color caqui, para finalizar peinándose de forma pulcra y sistemática. Tomó sus llaves de la mesita que estaba junto a la puerta principal y salió del departamento.
Caminó rumbo al restaurante, entró silbando emocionado y se sentó en la mesa que tenía reservada para la ocasión. Pidió un vaso de agua y aguardó.
Esperó un tiempo considerable, pero para él fue un tiempo realmente eterno, hasta que vio entrar a Ángela por la puerta, le hizo una seña y ella se acercó a la mesa para sentarse y comenzar a contarle sobre su día.
Llevaban ya alrededor de una hora almorzando amenamente, cuando algo en el corazón de Andrés le dijo que ya no podía seguir esperando. Se levantó con un ímpetu que ni siquiera él se conocía y comenzó a proclamar las más bellas palabras de amor en voz bastante alta. Se arrodilló, miró fijamente a Ángela y justo cuando iba a pedírselo la mano del mesero se depositó sobre su hombro, Andrés lo miró molesto y el mesero dijo: “Señor, si no deja de hablar y gritar solo, tendrá que retirarse”.
2 comentarios:
ese afán de pitearse a las buenas personas va a terminar matándome!!!
jajajaja, pucha bebito, qué decir, me encantó. Las descripciones - tanto de las situaciones como de los personajes y sus sentimientos - logran que uno se enganche y hasta se encariñe con los personajes, al punto de no querer que lleguen a los terribles finales que les deparas XDDD
estoy demasiado orgullosa de tí, cada día mejoras y te vuelves el escritor que siempre has querido ser. Es un honor tener al lado a alguien que sigue sus sueños, te amo
te lo dijeeee
esos finales imprevistos! me dejan literalmente plop (es eso posible?)
jjajaja pobre andrés
:)
ISA
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