enero 28, 2009

Voluntarios

Las tropas de paz, que habían enviado las Naciones Unidas para intervenir en la guerra que se desarrollaba en el medio oriente, patrullaban tal cual lo hacían habitualmente. Tras horas de caminar junto al tanque - blanco de escudo azul - Renato divisó a la distancia una gran humareda negra que evidenciaba el desastre y las horas de terror que había provocado la guerra en aquel poblado.

El tanque giró en redondo y apuntó el brillante cañón hacia el este, empezando a avanzar entre algunos arbustos que la guerra aún no alcanzaba a tocar. Renato, sufriendo el intenso golpe de calor del desierto oriental, sacó su cantimplora y derramó las últimas gotas que quedaban dentro de ella sobre su lengua jadeante.

El teniente a cargo del pelotón – y el único hombre que iba dentro del tanque a parte del conductor – dio la orden de flanquear el poblado. Renato y los otros cuatro jóvenes voluntarios (que venían de distintos países) se dividieron en el acto, corriendo con la cabeza siempre abajo y con todos sus sentidos en alerta.

Cuando estuvieron todos en posición Renato fue el primero en ingresar a la aldea, nervioso y con dejos de pavor en su rostro, contempló la verdadera esencia humana. La destrucción estaba por todo el lugar, ya no quedaban casas que tuviesen techos o paredes, y la sangre lo inundaba todo. En un principio logró controlar la ansiedad porque no habían cuerpos que hicieran aún más cruda la escena; pero a medida que avanzaba comenzaron a aparecer tanto restos de cuerpo como cuerpos completos. Se demoró un instante en percatarse, pero luego de agitar su cabeza vio que los cuerpos que sembraban el lugar eran de soldados invasores y de voluntarios de las Naciones Unidas. No había rastros de sujetos oriundos del país. Controló sus nervios y temblando logró sacar su radio, tragó la amarga saliva del miedo y comunicó de inmediato lo que veía al teniente.

Caminando con su arma sin seguro y con el dedo en el gatillo divisó a una pequeña niña que solo traía harapos y un peluche entre sus brazos, colgó su arma y la depositó sobre su espalda. Acto seguido comenzó a correr cada vez más rápido para intentar socorrer a la pequeña. Una vez que se encontraba frente a ella se le llenaron los ojos de lágrimas ante tan desoladora imagen, pero sólo al intentar tomarla se percató de que bajo sus heridas no había hueso ni carne, sino más bien metal y que una de sus pupilas titilaba con un color rojo carmesí.

2 comentarios:

Sagara dijo...

ooooooooooooooooooooooooooooooooooooo

te las mandaste!!

excelente cuento, excelentes descripciones y excelente personaje (hasta me dio sed y calor leyendo el cuento)

y, que decir del final... no me lo esperaba!!! jijijiji

te amo y toy muy contenta de que todo vaya viento en popa con nuestra publicación

JAVIER dijo...

excelente final para sarah connors ... XD

sigue asi compadre full motivacion, yo me encargo de los aspectos legales para los derechos de autor ... jajaja.

Un abrazo y real% felicitaciones.