febrero 02, 2009

El Pañuelo

Corría el verano de 1942 y, hasta la fecha, no se había presentado un mejor día: un día de cielos azules y pequeñas nubes regadas por toda la inmensidad. Además, el clima era casi perfecto, no había mucha humedad y el calor era tan suave que las brisas que corrieron durante todo el día - revoloteando entre los verdes pastizales - hacían del atardecer el más precioso de todos estos años de fría y dura guerra. Pero después de todo, un día así solo podía darse en un país neutral, ya que el caos y el apocalipsis que se vivían en Europa impedían a toda costa que existieran este tipo de días.

Francisco, que vivía a las orillas del río, pensó en visitar a su querida Estela, después de todo ella había regresado desde Inglaterra hace ya dos años y aún no podía visitarla por su trabajo en la capital, así que, aprovechando la visita al fundo de sus padres, pasaría a cumplir las demandas de su corazón.

Cuando llegó por la tarde a la casa de Estela, su Madre lo recibió feliz y entusiasta, comentándole entre carcajadas nerviosas pero sinceras, que la pobre de Estela había estado enferma desde su llegada desde la Gran Isla, pero que hoy había despertado mejor que nunca, como si hubiese intuido la visita de Francisco.

Francisco subió a la habitación de Estela y entró en la enorme pieza de muros floreados y muebles blancos, se acercó a la cama y, sacándose el sombrero de su cabeza, se sentó junto a los pies de ella.

Estela abrió los ojos y, sonriente, tomó la mano de Francisco.

- Tanto tiempo, amada mía – Comentó Francisco ansioso.

- Por fin llegas Francisco, he estado muy enferma y tu compañía me hace mucha falta.

- Lo sé Estela, ¿Qué te parece si salimos? Hace un día precioso afuera.

- ¡Me alegro tanto de estar mejor para poder disfrutar de tu visita al aire libre!

Francisco se levantó y salió de la habitación, mientras que una criada entraba para ayudar a Estela a vestirse.

Tras una corta espera, salieron juntos de la casa mientras la Madre de Estela los despedía en la puerta. Se subieron al ruidoso automóvil y partieron en dirección al río.

Una vez en la rivera del río, Francisco se bajó del auto, dio la vuelta para abrir con una mano la puerta de Estela y con la otra retirar de la parte de atrás una enorme canasta de picnic.

Estela tomó su mano y caminaron juntos hacia los pastizales. Cuando encontraron el lugar ideal Francisco puso delicadamente un mantel rojo sobre el pasto ofreciéndole a Estela sentarse sobre éste.

La tarde fue maravillosa, comieron y conversaron muy amenamente, poniéndose al tanto el uno al otro sobre sus vidas en estos últimos cuatro años. Lo único que llamaba la atención de Francisco era que Estela de vez en cuando tenía accesos de tos muy violentos y que cada vez que los tenía acercaba un femenino pañuelo a su boca y la tapaba.

- Discúlpame querido mío, pero aún no me repongo de esta enfermedad – Se excusó de forma desgastada la muchacha.

- No hay problema Estela, tu Madre me ha comentado lo mal que has estado.

- Sí, desde que llegué de mi viaje, regreso provocado por la gran guerra, he estado bastante mal.

- Bueno, no te preocupes, he pensado ya en llamar, en cuanto llegue a la casa, a los mejores médicos de la capital para que te atiendan.

- Eres tan amable Francisco, te lo agradezco mucho. ¿Te molestaría si duermo un poco bajo este hermoso cielo? – Preguntó Estela con aire cansado.

- Desde luego que no, te despertaré cuando sea hora de irnos.

Estela tosió una vez más, se limpió la boca con el pañuelo y se recostó sobre el mantel.

Pasó alrededor de una hora y comenzaba a enfriarse el clima, así que Francisco decidió despertar a Estela. Se acercó cuidadoso y le besó la frente, comenzando así los intentos por despertarla: la movió e incluso le salpicó agua sobre el rostro.

Angustiado y comenzando a entrar en pánico, notó como el pecho de su amada no se movía, acercó su oído a la nariz de Estela y comprendió que ella no respiraba, se alejó estremecido y contempló su cuerpo inerte y el pañuelo sanguinolento pendiendo entre sus dedos fríos.

1 comentarios:

Juan Carlos Paz dijo...

...Esta historia tiene matices de tragedia griega.
Es decir, Francisco después de haber sobrevivido a la guerra (cosa que no siempre es asi), y despues de su tiempo de trabajo fuera de la ciudad, cuando por fin puede sentarse frente a su amada a disfrutar de su compañia, la vida de Estela se desvanece frente a sus ojos sin siquiera percatarse.
Los juegos del destino.

Como siempre, un gusto leer tus historias compañero. Sigue asi no mas, que algún día quiero ver estas historias plasmadas en un libro :)

Saludos Juanin

De otro Juanin jeje

Chauu