febrero 02, 2009

Ofrenda

Tres eran los viajeros que caminaban bajo los destellos del potente sol. El anciano contaba sobre las leyendas del lugar, el joven lo escuchaba con atención y el desgastado burro cargaba los equipajes y las cajas que acarreaban.

El viaje debía durar tres días desde el pequeño poblado donde vivían (un precioso oasis en medio del más seco de los desiertos) hasta las peligrosas quebradas, donde iban para poder abastecerse de los exquisitos frutos, únicos en la región.

Al comienzo del viaje, el ímpetu de las llamas del sol eran acalladas por la sombra de los árboles; pero a medida que avanzaban y ascendían en la quebrada, el sol golpeaba cada vez más fuerte sus rostros descubiertos.

Sin embargo, el gran y único consuelo de los viajeros era la majestuosa vista de los álamos erguidos sobre la frondosa vegetación del valle, en medio de los acantilados. Ésta imagen les llenaba de gozo el corazón y les hacía pensar en lo pequeños que eran, y lo enorme y perfecta que es la creación.

El abuelo cada cierto tiempo repetía de forma solemne que en un punto más adelante debían detenerse y rendir tributo a los custodios del valle para pedirles permiso y poder ingresar con la gracia de éstos.

El joven caminaba ya casi sin fuerza – era la primera vez que hacía el viaje – y el anciano lamentablemente no le dejaba descansar, porque para que el viaje durara los tres días debían realizar una marcha continua: tanto de día como de noche.

Durante los dos primeros días el viaje fue bastante expedito, avanzaban a un excelente ritmo y el clima tenía consideración de ellos cada cierto tiempo. Cuando llegó el medio día del tercer día se encontraron con un corte en el camino de aproximadamente un metro y medio de largo, y ante la imposibilidad de cruzar al abnegado burro (debido a que el camino se encontraba cerrado por el acantilado a su izquierda y los peñascos a su derecha) el más viejo de los viajeros plantó una estaca de madera en el suelo y amarró una gruesa tira de cuero que salía del bozal del animal en la estaca, sacó los cajones vacíos donde traerían de vuelta los frutos, miró a su joven acompañante y dio el mejor de sus saltos, cayendo en el otro extremo del camino.

Cuando el joven venció el miedo y saltó para alcanzar a su acompañante, sintió en el aire como el corazón parecía salírsele del pecho y como el sudor frío le salía por todos los poros. Cuando aterrizó en el otro extremo el corazón se le detuvo y volvió a bombear con más fuerza aún, los ojos se le llenaron de lágrimas y el anciano le acarició el desordenado cabello. El joven sonriente volvió a ponerse en marcha y detrás de él al anciano.

Caminaron hasta el atardecer, se detuvieron, tomaron un poco de agua y contemplaron el lugar. Casi sin darse cuenta habían descendido una enorme cantidad de metros, para ahora encontrarse rodeados de matorrales y sonidos de aves y pequeños roedores que pululaban por el lugar. Se dirigieron hacia una especie de arco que formaban los arbustos y, entre la oscuridad del denso bosque, distinguieron cuatro figuras sentadas sobre la tierra. A medida que se acercaban notaron que las figuras eran masculinas y que estaban vestidas con ponchos y gorros que les cubrían las orejas; la piel de los cuatro hombres en algún momento pudo ser morena, pero ahora parecía estar momificada; sus ojos se mostraban secos por el paso del tiempo y sus articulaciones rígidas por la inactividad. Estaba más que claro que aquellos hombres habían muerto hace mucho tiempo, quizás atacados por el frío del invierno.

El abuelo hizo una reverencia y se volteó mirando fijamente al joven, pidiéndole las ofrendas. Cuando el abuelo hizo esto el joven se paralizó y empalideció de una forma increíble, recordando que había dejado las ofrendas con el burro.

El anciano se enfureció y comenzó a gritarle, los ojos del joven rebalsaban en lágrimas de miedo, pero no por los gritos, sino porque detrás del anciano las cuatro figuras comenzaban a ponerse de pie.

2 comentarios:

Sagara dijo...

Estoy orgullosa de tí, sé que la vida de deparará maravillas porque te las mereces

Juan Carlos Paz dijo...

Juanin no lo dejes ahi po!!! aaahh

cagó el abuelito??? el niño tambien?? xD

Muy buena historia. :D

Los leere todos, de a poco pero cada uno que leo dejo su comentario.

Espero que estes bien compañero

un abrazo

Chauu