febrero 02, 2009

Puzles

Maximiliano llevaba esperando unos diez minutos dentro de la diminuta tienda, pero en realidad no se había percatado que le habían robado ese precioso tiempo. No se había percatado porque la tienda tenía una diversidad de cosas interesantes para mirar y curiosear – desde lentes de rayos x hasta imitaciones de vómito embasadas – por lo que, cuando el dueño volvió a entrar en la estancia donde estaba Maximiliano, éste ni siquiera lo notó.

El hombre, de cejas bastante prominentes, que portaba una polvorienta caja de rompecabezas, se aclaró la garganta – con un sonido realmente asqueroso – advirtiéndole a Maximiliano sobre su presencia.

- Aquí tiene su rompecabezas, señorito – Se apresuró a decir el hombre justo después de aclararse la garganta.

- ¡Oh! Muchas gracias señor, pero le agradecería que no me dijera así – Sonrió amable Maximiliano.

- Disculpe usted, a veces olvido en que época estoy – Afirmó el sujeto con una sonrisa inquietante en el rostro.

- Jejejeje, eso sugiere que no es recomendable preguntarle su edad – Maximiliano reía alegre mientras revisaba su billetera y sacaba de ésta un pulcro y nuevo billete de veinte mil pesos.

- Usted mismo lo ha dicho, señorito – Comentó el anciano, tomando el billete entre sus dedos.

- Bueno, muchas gracias… Hasta luego – Dijo Maximiliano aún entre risas y se retiró de la tienda haciendo sonar las aparatosas campanas que estaban colgadas junto a la puerta de entrada.

El día estaba fresco y ventoso, ideal para armar un rompecabezas acompañado de una buena taza de té inglés. Así que el joven envolvió su cuello en una extensa bufanda, abotonó su abrigo y comenzó a caminar hacia su casa.

Iba excitado, excitado por el fabuloso acontecimiento. Hace años que había comenzado a armar rompecabezas con la imagen de las distintas partes de una casa (el baño, comedor, habitaciones, etc.) pero le faltaba precisamente el del living, una de las partes más importantes de la casa – si es que no la más importante – así que el hecho de haberlo encontrado causaba un enorme regocijo en su pecho.

Caminó raudo, por alrededor de veinte minutos, sin siquiera mirar a la gente que pasaba cerca de él.

Llegó frente a su casa y dio un suspiro de placer, abrió la cerca y se dirigió a la puerta principal. Abrió la puerta e ingresó a la casa, dejó la caja sobre la mesa de centro en el living y se encaminó a la cocina. Después de unos instantes salió de la cocina dirigiéndose hacia el living - cargando una tasa de porcelana repleta hasta el tope de un exquisito té inglés - y se sentó en un cómodo sofá; dejó su taza sobre una pequeña mesa junto a él y destapó la caja del rompecabezas.

Emocionado, estuvo armando el rompecabezas durante toda la tarde; primero dejó todas las piezas sobre la mesa, luego las dividió por secciones y terminó armando metódicamente cada sección hasta formar el dibujo.

Cada vez que avanzaba se sorprendía de lo conocida que se iba haciendo la imagen, pero esto no lo intimidó, al contrario, el hecho le motivaba aún más.

Cuando le faltaba la última pieza, se tomó todo el tiempo del mundo para colocarla. Se levantó para ir al baño y cuando volvió, tomó el último sorbo de té, hizo tronar sus dedos y depositó cuidadosamente la pieza en su lugar. Cuando lo hizo se extrañó al ver que en la pieza que dejaba se veía un sujeto idéntico a él sentado en el sofá. Maximiliano, quedando en un estado casi cataléptico, apretó sus párpados y miró hacia el techo, viendo con terror como parecía que la habitación se había agrandado a proporciones titánicas y él parecía estar sentado, diminuto, sobre la mesa de centro en el living.

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